Soy Sebastián, soy alcohólico y hoy no he bebido.
Acabo de leer una historia sobre un hombre muy orgulloso al que un sabio enseña lo ridículo de su actitud. Lo hace por el simple método de hacerle pasear por una calle sucio y desastrado y después realizar el mismo recorrido con un buen traje y oliendo a colonia.
Mientras leía, me acordaba del día que llegué a Alcohólicos Anónimos. Miraba a los lados, como un fugitivo, por si alguien me reconocía, en aquella calle de una gran ciudad por la que era la primera vez en mi vida que pasaba. ¡Qué dirían de mí si me viesen entrar en un grupo de A.A.!
No sólo en ese momento, en múltiples circunstancias la culpa, la vergüenza, el querer desaparecer, iba pegado a mí lo mismo que la pegatina que te pone un gracioso el día de los santos inocentes.
Ha sido dejar de beber y la gran mayoría de aquellas funestas sensaciones sobre el ¡qué dirán!, de los demás han ido desapareciendo.
Yo, como en la historia que leía, era el hombre orgulloso y Alcohólicos Anónimos, ha sido el sabio que me ha indicado que, en la mayoría de las ocasiones, los demás nos valoran como nosotros nos valoramos.
Gracias por vuestra atención.
Felices 24 horas.
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